El derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado.
El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.
Leal con el cliente, al que no se debe abandonar hasta que comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el Juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú dices, y que, en cuanto al derecho, alguna que otra vez debe confiar en el que tú le invocas.
La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de las causas justas.
Nuestro deber es luchar por el derecho, pero el día en que se encuentre en conflicto el derecho con la justicia, luchar por la justicia.
Tratar a la abogacía de tal manera, que el día en que los hijos pidan consejo sobre su destino, considerar un honor, proponerle que se haga abogado.
Tolerar la verdad ajena en la misma medida que deseamos que sea tolerada la nuestra.
La abogacía no es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando el alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible. Concluido el combate, olvidar tan pronto la victoria como la derrota.
Tener fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana, en la justicia, como destino normal del derecho, en la paz, como sustitutivo bondadoso de la justicia. Y sobre todo, tener fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz.
En el derecho, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.